EDUCATION & COACHING EXPERIENCES

Un blog dedicat als apassionats pel bàsquet que els agrada pensar i reflexionar

divendres, de març 02, 2012

EL MUNDO NO ES UNA NURSERY

Estos días estoy de enhorabuena. He publicado ya mismo mi cuarto libro, que se titula Aprender a ganar y que, en esta ocasión, avala y publica Editorial Inde.

Me gusta cómo ha quedado el libro. Desde que lo escribí 2009 lo he ido reescribiendo, retocando, ampliando, mejorando. Ahora podéis ver el producto final en las librerías. Para más información, os ajunto el link con la ficha del libro en la página web de la editorial: podéis clicar aquí.

Temo que estamos caminando por una peligrosa pendiente: una en que se insiste que la infancia se debe proteger, se debe custodiar de los peligros de la vida real. La lógica del aprender a perder, un discurso propio de la Educación Física y el deporte en las décadas de 1980 y 1990, nos ha llevado a que en las décadas siguientes nos hayamos centrado enfermizamente, en la cultura deportiva, en la importancia que psicológicamente tiene perder.

Para no perder, se les propone a los niños jugar una competición descafeinada (desenfatizada, según César Torres y Peter Hager), una retahíla de juegos cooperativos y, más últimamente, deportes de nuevo cuño, como el colpbol. Ante este panorama casi me desespero, aunque pienso que es necesario que me mantenga sereno y firme en mi empeño: reivindicar la recuperación progresiva de la cultura competitiva entendida de una manera sana, y que yo enlazo con el lema de aprender a ganar.

Me gustaría que con la lectura del libro, los dirigentes deportivos abriesen los ojos y lograsen ver que estamos yendo demasiado allá en la protección de la infancia. De hecho, estoy convencido que estamos viviendo una inflacción excesiva de las medidas de protección, lo que acaba conduciendo -inevitablemente- a la sobreprotección y al paternalismo. Hay una serie de medidas que tienen relación con lo normativo, como puedan ser la norma de alineación generalizada en los minideportes, las normas de máximo de puntos/goles de diferencia entre equipos, o bien la prohibición de la defensa zonal en minibasket y en minibalonmano, que preceisamente muestran por los derroteros -esa peligrosa pendiente- por los que estamos llevando al deporte infantil.

Todo este cómputo general me parece un pastiche que difumina la sensación de autoría de los jugadores y entrenadores, que realiza un acercamiento repleto de prejuicios. Se duda del valor de la competición, tratanto de ensamblar una concepción educativa del deporte con una competición descafeinada, aunque se les vende a los jugadores que es una competición fidedigna. Ni por asomo estamos brindando a los niños competiciones que lo sean realmente, sino competiciones de cartón piedra con una pseudopedagogía.

Ante este panorma, me concierno con lo que está ocurriendo y planteo mis serias dudas por qué estemos yendo por el buen camino. Muchas cosas deberíamos cambiar si queremos asegurar unas buenas experiencias formativas en el deporte, y no una plaga de gestos benefactores, solidarios y condescendientes. Hay una búsqueda de la bondad en el deporte, una cruzada que raya con la obsesión de los religiosos que, en las Cruzadas, buscaban el Santo Grial. Para los que avalan los juegos cooperativos y las fórmulas de competición descafeinada, les propongo que echen un vistazo a mi libro. Pienso que, a fin de cuentas, es importante sumar personas a la causa de recuperar el valor de la competición exigente en el deporte, y también en el resto de ámbitos de la vida. Y es que, como recién he descubierto que dijo muy sabiamente Freud, el mundo no es una nursery.