En los últimos tiempos vivimos un degoteo de
testimonios que evidencian que algo falla en la educación en
general, y no únicamente en el sistema escolar. Con gran sorpresa y
mayor satisfacción leí a Alberto Royo en Contra la nueva educación
(Editorial Plataforma), un maravilloso libro sobre lo que más
chirría en el sistema educativo español. Esta lectura me condujo a
algunos de los escritos de Ricardo Moreno Castillo y también a los
de otros destacados autores como Javier Orrico, Inger Enkvist y muy
especialmente, la estupenda prosa de Mercedes Ruiz Paz. ¡Lástima
que Mercedes haya publicado dos libros únicamente, y no media
docena! (Nota: me abstengo de la prolijidad de hiperlinks que abundan
en los artículos, entrevistas y demás textos que circulan hoy por
Internet. Tan sólo una recomendación: lean a Alberto Royo y a ver a
dónde les lleva esa lectura)
Quiero escribir, con tono sosegado, sobre la
cuestión de la autoridad. De la autoridad en la crianza (sobre el
papel de los padres y la madres). De la autoridad en la educación
escolar (sobre el papel de los profesores y profesoras). De la
autoridad en el deporte (sobre el papel de los y las árbitros, y de
los entrenadores/as). La verdad es que hoy en día abundan
declaraciones gratuitas sobre el papel de la autoridad, como por
ejemplo las palabras del pediatra Carlos González Rodríguez,
partidario de la prolongación de la lactancia materna hasta el
infinito y más allá y, así mismo, del colecho. En un vídeo que
circula por Internet, González exponía su punto de vista:
“Y si tú pensabas decirle que no le dabas el
helado, y ves que el niño en lugar de decir «oh, ya está bien,
quiero un helado», lo que hace es tirarse por el suelo, ponerse a
llorar y pegarse golpes en la cabeza... pues también puedes ceder. Y
probablemente también os habrán dicho aquello de «es que cuando
das una orden es muy importante no ceder, que si no pierdes la
autoridad, y no sé qué no sé cuantos». Eso son chorradas. No se
pierde la autoridad por ceder.” (González Rodríguez, 2015: min.
29:38)
Estas afirmaciones de Carlos González caen del
lado de la crianza. En la educación escolar hemos visto que las
escuelas han llegado a valorar por igual el buen rendimiento y el
rendimiento mediocre. Royo, Moreno Castillo o Enkvist, por mencionar
algunos autores que han abundado precisamente en este asunto,
comentan el hecho de que se iguale a los alumnos a la baja. Es decir,
que en lugar de mantener cierto criterio de excelencia en la
educación, se baje el listón hasta un punto en que se imagina que
se pueda alcanzar por TODOS los alumnos. Un igualitarismo a la baja
que, a fin de cuentas, va en contra de la calidad -quiero decir
excelencia- de la enseñanza.
En la medida que los contenidos y la enseñanza se devalúa, se necesita cada vez menos a un docente con cara y ojos. Un docente tuerto ya da el pego. Esto conduce a que las exigencias que se planteen a los docentes, como también a los futuros docentes en las facultades de formación de profesorado, sean más bien nimias. Me resulta estremecedor que las predicas actuales vayan revestidas de cuestiones más próximas al coaching en lugar de la didáctica, o que se difundan proclamas cada día más fervorosas en relación con la educación emocional en el aula, más que no contemplar la interesante posibilidad de la terapia para el propio docente. Por tanto, este igualitarismo a la baja no sólo ha devaluado los saberes de los alumnos, sino también los saberes de los docentes. Con saber menos ya se pueden dar clases a alumnos a quienes no se les exige saber mucho.
Ante este desaguisado veo algunos paralelismos con lo que ocurre por doquier en el deporte infantil y juvenil. En el caso de la escuela los saberes -Royo diría conocimientos- parecen importar menos que la felicidad del alumno, que es algo que se ha puesto en la cima del pedestal. Vemos que ha habido una actitud en el sistema educativo que algunos autores nombrar como anti-contenidos (Hirsch, 2012). En el caso particular del deporte, tal displicencia ha ido dirigida a la competición. Incluso esta actitud displicente ha subido su tono hasta llegar al punto de tratar de erradicar la competición, aludiendo a una más que dudosa conexión entre la idea de competición y su supuesta carga moral como contravalor. Y es que con la enemistad de los partidarios de la educación en valores enseguida se cae en el ostracismo: ¡que se lo digan a la competición, la competencia o la competitividad!
Si la competición en el deporte infantil es
cada vez menos importante, también lo acabará siendo la técnica
cuyo cometido es dotar de herramientas, de recursos a los jugadores.
Si ya no hay que competir, no es necesario hacerlo mejor que los
demás: con un nivel mediocre es más que suficiente (siempre habrá
niveles deficientes). Por tanto, los entrenadores no tienen que estar
más que moderadamente formados o, incluso, apenas sin formación
específica alguna. Al lado de estos entrenadores a los que no
podremos acusar de intrusismo sino únicamente de falta de la
formación mínima necesaria, también tenemos que a los árbitros se
les va a pedir otro tipo de actuaciones, distintas a las que habían
hecho hasta la fecha. Tal es el caso del Tutor de Juego, una figura
acerca de la cual acabo de publicar un artículo en la RevistaFair-Play.
Básicamente, el Tutor de Juego aparece como sustituto del árbitro tradicional en el ámbito del Consell de l'Esport Escolar de Barcelona en el año 2005. A tal figura se le atribuyen labores educativas, además de las judiciales (Sí, sí, judiciales: no olvidemos que el árbitro es a fin de cuentas el juez deportivo). Sin embargo, el énfasis en las cuestiones educativos arrastra una disolución de algunas de las cuestiones básicas del papel del juez. Pondré un ejemplo: no se puede fomentar la flexibilidad en la aplicación del reglamento como requisito educativo impuesto al Tutor de Juego sin poner en jaque, así mismo, la autoridad de la propia figura. Como más flexibilidad se le demande al Tutor de Juego, más probable será que su autoridad se difumine, se resquebraje en cada ocasión en que tome una decisión distinta al que tomó con anterioridad en un caso análogo.
Llegados a este punto, introduzco la idea que tenía al empezar a escribir las primera líneas de este artículo: fruto de la fragilidad de una figura de autoridad como el profesor o, en el último caso, el Tutor de Juego o árbitro, anticipo la fragilidad en algunos aspectos de la construcción psicológica de loa niños con los que van a estar trabajando. Me parece algo razonable plantear que, si las figuras de autoridad no son claras, la cuestión del orden que imprimen estas figuras se difumina. En estas condiciones los límites a los que les convendría ceñirse a los niños para su mejor desarrollo quedan completamente en entredicho, lo que supone una pesada losa en su desarrollo psicológico.
Tengo claro que la autoridad del adulto es algo básico, fundamental. En las antípodas de lo que propone Carlos González en el fragmento antes citado, propongo que los adultos no nos desdibujemos ni un ápice, ya seamos padres, profesores, entrenadores o árbitros. Tanta da la función concreta si vemos que todas estas figuras tienen en común que establecen un vínculo con los niños, y para que tal vínculo ayude en el desarrollo paulatino de su psique, es imprescindible que mantengamos nuestra autoridad de manera clara y honesta.
Espero haber planteado de una manera clara y
concisa un asunto, el de la autoridad, que me parece importante
tratar a diferentes niveles (en los textos legales, en el vínculo
pedagógico y/o arbitral) y ámbitos (crianza, educación escolar,
entrenamiento deportivo). Si no podemos debatir reivindicando la
recuperación de la autoridad, seguro que vamos a peor. Tal como nos
indica Inger Enkvist a modo de notable sugerencia:
“Estamos en una situación en la que hay que volver a insistir
en la función de los padres. Debemos «reparentalizar» la sociedad.
Demasiados padres han huido de su tarea de educadores. Algunos no
quieren ser adultos sino que quieren ser adolescentes como sus hijos.
Estos padres no quieren aceptar sus responsabilidades y creen que la
sociedad se ocupará de todo: son productos de la sociedad del
bienestar y creer que tienen derecho a que la sociedad se ocupe de
todo, incluso de educar a sus hijos.” (Enkvist, 2014:171-172)
Bibliografía
- Enkvist, I. (2014) Educación: Guía para perplejos. Madrid,
Ediciones Encuentro.
- González Rodríguez, C. (2015) ¿Cómo
plantear la autoridad con los hijos? Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=9XKc1tRiRGo 3.5.2016
- Hirsch, E.D. (2012) La escuela que queremos.
Madrid, Ediciones Encuentro.
- Royo, A. Contra la nueva educación. Barcelona,
Plataforma.